Diario de una Infeliz (Nace mi tío Eduardo)



Enero 16 de 1953.




El día dos del corriente mes me nació el otro hijo. Ha nacido con el pan debajo del brazo, porque ese mismo día empezó la zafra. Dicen las comadres supersticiosas que a los niños hay que ponerles el nombre que tienen por el almanaque porque de lo contrario pierden la gracia. A veces respeto las tradiciones y las supersticiones, pero ésta no la voy a respetar. Ni creo en eso tampoco.
Le pondré a mi hijo Eduardo, como el difunto Chibás.
En los últimos meses no he podido escribir en mi querido diario. Porque veo que las mujeres, cuando estamos a punto de ser madres, es cuando más cerca estamos de la bestialidad. No sé si me explico bien. Cuando una mujer está en estado de gestación, el instinto natural la obliga a cumplir sus necesidades corporales, y olvidarse de los problemas espirituales. Es la madre naturaleza la que protege a la criatura que se está formando.
Últimamente, yo ni tan siquiera leo los periódicos.
Dejaré de escribir también porque todo el tiempo me es poco, para los míos. “El deber de un hombre está allí  donde es más útil”.
Y yo soy de imprescindible utilidad para mis hijos.
¿Qué puedo hacer contra los males que afligen a mi país?
Solamente comentarlos a solas en mi diario. Quizá nunca, nadie leerá estas líneas.
He mandado algunos escritos míos a distintas revistas, pero nunca se han publicado. Quizá no tienen chic.
Siempre soñé escribir, pero nunca podré escribir ñoñerías. Mis personajes tienen que ser hombres y mujeres de la tierra. Con sus miserias y sus dolores, sus alegrías y sus grandezas. Cuánta grandeza moral se oculta a veces bajó el más humilde aspecto.
Escribir seria para mí como una misión. Señalar los males del ambiente en que vivo, a ver si se les puede buscar el remedio. Aunque no me siento capacitada para escribir algo que valga la pena. No tengo ni la cultura ni el tiempo necesario para ello. Tal vez algún día posea ambas cosas. Porque me parece que la cultura se adquiere poco a poco, leyendo y comprendiendo todo lo que grandes hombres han pensado y escrito. Y observando el mundo que nace y muere, que gime a nuestro alrededor. Pero no se puede escribir cuando el llenar la barriga diariamente a los hijos constituye un serio problema.


 Carmen Lovelle Guerrero

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